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‘Infancia en Hiroshima’

11,0033,00

Lámina artística sobre papel japonés hecho a mano.

 

En el proceso de creación se utilizan fibras y elementos naturales, sin la presencia de ácidos ni blanqueadores.
Los pigmentos utilizados, mediante el proceso de giclée, son perdurables y de calidad archivística.

 

Aunque la lámina puede ser enmarcada, quizá como mejor se disfruta de la apariencia y textura del papel japonés sea colgado a modo de pergamino. Pudiendo, así, apreciar sus virtudes no sólo a través de la vista, sino también mediante el tacto y el oído.. ¡e incluso el olfato!

 

En este enlace encontraréis ‘Varillas de pergamino’ a medida, creadas a mano utilizando madera de Paulownia y auténtico Kakeo japonés —cordel para colgar pergaminos—:
setsuko-monogatari.com/es/hiroshima/varillas-de-pergamino

 

Al tratarse de un papel artesanal translúcido, se recomienda colgar la lámina con un fondo de pared blanca, para así resaltar la luz de la Estación y la del propio papel. Si la pared fuera oscura, es recomendable colocar una lámina blanca justo detrás de la Estación.

 

En esta Estación..
KŌGEI: ‘Hiroshima Butsudan’ —altar budista— y ‘Kawajiri Fude’ —pinceles de caligrafía y pintura—
SÍMBOLOS: ‘Hiroshima Kāpu’ —equipo de béisbol de la ciudad de Hiroshima— y árboles Ginkgo y Alcanforero (símbolos de la reconstrucción de la ciudad) 

 

Cartel: ‘Salvemos a Carp! Adelante Carp’

 

 

Estación fundada en.. 

Tres strikes y estás eliminado. Qué injusto resulta. Aunque pensándolo bien, quizá deba ser así. Quizá sea eso lo que lo convierta en algo más que un deporte. Tal vez, eso sea lo más parecido a vivir.

El Invierno, al fin, ha decidido dormir. Y un año más, la grácil Primavera nos despierta de este frío letargo, y se apodera de nuestro sueño y de nuestros sueños. La temporada de béisbol ya está aquí.

Al compás del propio ritmo de las flores, nuestra inocencia olvidada también vuelve a florecer. Y, a pesar de cuántas lunas vividas, nos pregunta de nuevo con mirada expectante.. ¿Será este el año?

 

Pero la Primavera también es exigente, y nos recuerda que poco le importa lo que logramos en el pasado. Ni siquiera ayer. Tan sólo tendrá en cuenta lo que seamos capaces de hacer hoy.

Nos muestra que el fracaso no existe, es sólo una ilusión. Tampoco el éxito. Nos enseña que sólo cometen errores los que repiten. Y que sólo los que repiten, logran avanzar.

El béisbol es un reflejo del desafío que representa vivir. Donde uno practica sin descanso, día tras día, para estar preparado. Aun sabiendo que emplea sus fuerzas en algo para lo que nunca lo estará.

Un deporte en el que puede suceder cualquier cosa. En el que las palabras ‘inesperado’ e ‘impredecible’ pierden todo su sentido.

Donde un reloj no rige cada movimiento. Donde parar el tiempo no es metáfora ni realidad.

 

Aun así, hubo un tiempo, en el que en Hiroshima el reloj pareció detenerse. La caída lo había dejado muy dañado, pero no estaba roto. Sería necesario mucho esfuerzo y mucho cariño, pero se podría reparar. Y el primer paso era darle cuerda.

Los ciudadanos de Hiroshima trabajaron duro esos primeros años, y lograron que el reloj volviera a funcionar. Pero, algunas veces, notaban como su espíritu decaía y este se quedaba atrás en su hora.

Por ello, decidieron añadirle un resorte muy especial. Un equipo de béisbol que impulsara su marcha, y que encarnara el resurgimiento de una región desolada, pero llena de vida.

 

Ese resorte necesitaba un nombre. Y lo natural hubiera sido recurrir a un animal grande, a un animal feroz, a un animal temido. Pero aquí no había lugar para la fiereza, no era necesaria. No había ningún enemigo a quien asustar.

Debía ser un animal que persistiera ante la adversidad, que siguiera adelante a pesar de los peligros, que tratara de sobrevivir como fuera.

Y resultó que esa alegoría había estado presente en la ciudad desde hacía siglos. En un animal que, a simple vista, evocaba una tranquila y estática impresión. Pero que en sus adentros, se hallaba un espíritu de determinación incesante.

 

Y así, Hiroshima Kāpu (Carp) —las Carpas de Hiroshima—, se formó como el equipo de los ciudadanos, como el orgullo de la comunidad. Un símbolo de esperanza ante la tragedia.

A diferencia de lo que pueda parecer, la carpa no es sólo un pez ornamental, que nada serenamente en el estanque de un jardín japonés. Es un pez con agallas y coraje, que remonta rápidos y arroyos a contracorriente. Incluso, a veces, a riesgo de su propia vida.

En Japón, es personificación de fortuna y prosperidad, pero también de perseverancia ante las dificultades. Y, a su vez, inspiración de antiguas leyendas, en las que carpas sobrenaturales lograban ascender cascadas, convirtiéndose así en míticos dragones.

 

Desde el primer momento, la ciudad y su equipo nadaron la una junto al otro. Pero su viaje no estaría ausente de turbulencias. Y, en algunas ocasiones, incluso tendrían que nadar contra la corriente.

Los inicios del equipo no fueron sencillos. La falta de patrocinio por parte de una compañía matriz, que apoyara su gestión e inyectara fondos, acarreó graves dificultades financieras. Lo cual hacía sumamente difícil reclutar jugadores. Hasta el punto en que el propio mánager tuvo que pedir a sus antiguos alumnos, a jugadores retirados y a nativos que emigraron, que regresarán a Hiroshima y lucharan en aras de la recuperación.

Pero no podía prometerles un contrato, ni comodidades, ni siquiera más de un uniforme por persona. Algunas veces, sus salarios llegarían tarde. Otras, no llegarían.

 

Era una carpa que se decía que nunca lograría remontar la última plaza. Cuya escasez de fondos todavía era más acuciante debido a un sistema instaurado en la liga profesional: en el que más de la mitad de los ingresos de taquilla de cada partido, los recibía el equipo ganador. Con independencia de donde se disputara este.

La sombra de la disolución estaba siempre presente. Pero la plantilla era consciente de que cada uno de ellos tenía como misión revitalizar la región mediante la victoria.

Aun así, las deudas se acumulaban, y el equipo intentó desesperadamente que varias compañías hicieran inversión. Pero ninguna quiso hacerse cargo.

Los directivos de la liga instaron a sus responsables a la venta, o a su fusión con otro equipo. Amenazando a Carp con la expulsión de la liga. ‘El béisbol profesional no es algo que podáis hacer sin dinero’. Palabras que resonaban en sus mentes, mientras el tiempo se agotaba.

 

La naturaleza parecía decirles que fueran río abajo, que se dejaran llevar, que siguieran su curso. Pero no fue así, no se rindieron. No podían permitirlo. No se trataba sólo de una empresa que quebraba, o de un equipo que desaparecía. Era algo más. Era un vínculo con el pasado. Y con el presente. Era un afán por seguir adelante, por continuar navegando por aquel río, aunque tuvieran que arrastrar una pesada ancla.

Y así, un grupo de apoyo surgió, formado por vecinos y residentes que estaban determinados a lograr que el equipo sobreviviera, como fuera. Para ello, se dirigieron a instituciones, a entidades, y a medios de comunicación, con el fin de negociar la salvación de Carp.

Y un día, de forma inesperada, en las inmediaciones del estadio, apareció un barril. No era un barril cualquiera, era un barril de Sake. Se trataba de un elemento cotidiano, de algo que solía formar parte de la vida local. Pero lo extraño era que estuviera allí.

 

Alguien introdujo un billete. Y alguien más lo siguió. Y luego aparecieron más barriles.

La gente seguía sufriendo las consecuencias de la postguerra, y la mayoría de las personas apenas tenía recursos para compartir. Una región en la que muchos de sus ciudadanos tenían que esforzarse, a diario, para poder asegurar la comida del día siguiente.

Pero, incluso así, decidieron dejar a un lado sus propias circunstancias. No era dinero lo que llenaba aquellos barriles. Era ilusión y esperanza por recobrar la parte de un pasado que jamás regresaría. Pero, a su vez, por encontrar un nuevo cauce que les permitiera volver a vivir.

 

Y, mientras seguían luchando, las batallas de Hiroshima Kāpu les conmovían como si fueran las suyas propias. Era una lucha compartida. Un sentimiento de amor mutuo que, una vez creado, ya no iba a desaparecer.

Con el paso de los años, volverían las dificultades. Pero el gen de la solidaridad, presente en aquellos barriles, se transmitiría con más fuerza a la siguiente generación.

 

El tiempo pasará, y llegará un día en el que celebraremos. Y volveremos a beber Sake juntos otra vez, con lágrimas en los ojos, recordando los años vividos.

Recordaremos los momentos de angustia, y también los de alegría. Las risas y los llantos. Y todo se acumulará en ese preciso instante. En el último lanzamiento. En un último strike.. 

Pero la Primavera nos concederá poco tiempo de festejo. Al día siguiente, el río continuará fluyendo. Y aunque este será un viejo conocido, el agua que porte ya habrá cambiado.

Y no nos quedará otro remedio que volver a repetir.

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