Próxima estación Tren Yamato

‘Espíritu en Hiroshima’

11,0033,00

Lámina artística sobre papel japonés hecho a mano.

 

En el proceso de creación se utilizan fibras y elementos naturales, sin la presencia de ácidos ni blanqueadores.
Los pigmentos utilizados, mediante el proceso de giclée, son perdurables y de calidad archivística.

 

Aunque la lámina puede ser enmarcada, quizá como mejor se disfruta de la apariencia y textura del papel japonés sea colgado a modo de pergamino. Pudiendo, así, apreciar sus virtudes no sólo a través de la vista, sino también mediante el tacto y el oído.. ¡e incluso el olfato!

 

En este enlace encontraréis ‘Varillas de pergamino’ a medida, creadas a mano utilizando madera de Paulownia y auténtico Kakeo japonés —cordel para colgar pergaminos—:
setsuko-monogatari.com/es/hiroshima/varillas-de-pergamino

 

Al tratarse de un papel artesanal translúcido, se recomienda colgar la lámina con un fondo de pared blanca, para así resaltar la luz de la Estación y la del propio papel. Si la pared fuera oscura, es recomendable colocar una lámina blanca justo detrás de la Estación.

 

En esta Estación..
KŌGEI: ‘Miyajima Yaki’ —cerámica de Miyajima— y ‘Dōchū’ —artesanía de cobre—
SÍMBOLOS: ‘Shukkei-en’ —histórico jardín de la ciudad de Hiroshima— y Ostra (pez de la prefectura) 

 

Palabra de la prefectura: ‘Heiwa – Paz’

 

 

Estación fundada en.. 

Cuando somos pequeños, solemos crecer soñando con qué llegaremos a ser de mayores. Nos fascina ese mundo de los adultos, nos cautiva, es tan diferente al nuestro.

No llegamos a comprender todo lo que lo rodea, pero nuestra inmensa curiosidad mantiene vivo ese interés.

Y, a menudo, escuchamos conceptos que nos resultan tan etéreos, tan intangibles, que nuestra capacidad de abstracción, todavía en desarrollo, no logra comprender.

Conceptos como la libertad, como la empatía. Conceptos como la paz.

La ironía de la vida es que es, precisamente, en esta etapa cuando parece esencial el hecho de comenzar a asimilarlos.

Los valores que aprendamos durante la infancia, serán el reflejo de nuestro yo adulto. Aunque no acerca de ese inocente deseo de qué llegaremos a ser de mayores, sino de quién. 

 

En esta etapa de descubrimiento, conoceremos el amor, el respeto, la duda, el miedo.

Pero hay algo que un niño nunca debería descubrir, algo que jamás debería aprender, y es a sobrevivir. Ninguno de nosotros, adultos, tenemos el derecho de arrebatarles dichos momentos de descubrimiento.

Las vidas de miles de niños fueron truncadas durante la segunda gran guerra. Muchos de ellos perecieron al instante, otros muchos al poco tiempo. Y, algunos, lo harían al cabo de años, después de una extenuante batalla contra una cruel enfermedad.

En todos los casos, la causa fue la falta de empatía y de humanidad de un conjunto de personas, cuyas vidas eran exactamente igual de valiosas que las vidas que ignoraron.

 

La visión de la realidad que tiene un niño suele ser tan clara, tan cristalina, sin apenas opacidad. Pero, a partir de ese momento, empezarían a conocer el lado espantoso del mundo adulto. Aun así, también conocerían, del modo más implacable posible, la importancia de la paz. La importancia de atesorar la vida que hemos recibido, y de utilizarla para construir un espíritu en paz en nuestro interior, y un entorno en paz con quienes nos rodean.

 

Aunque para vivir en paz, quizá no sea suficiente con saber lo que sucedió en el pasado. O con contar lo que, en aquella época, la gente pudo experimentar. Quizás sea necesario pensar lo que ocurrió.

Cuando hablar de paz se convierte en una mera formalidad vacía, tendemos sólo a recordar los hechos, y a olvidar que no se trata de un asunto abstracto y conceptual, sino de un estado mental. Y que el inicio de todo ello ocurre dentro de nosotros mismos, sin la necesidad de estímulos externos.

Si no conocemos la historia y el modo de pensar de quienes nos precedieron, y el de las personas que hoy nos acompañan, realmente no sabemos qué clase de personas son. Sólo vemos que son diferentes a nosotros. Y eso nos lleva a crear conjeturas que, a su vez, acaban derivando en miedo, en ira y en odio.

No es suficiente con lamentar los recuerdos del pasado, como si formaran parte de un mundo lejano. Debemos retener los verdaderos sentimientos que se hallan en tales recuerdos, y transmitirlos a las siguientes generaciones de niños, a la posteridad.

 

Es extremadamente difícil hablar de paz si no hemos experimentado la guerra. Pero esta dificultad debe ser nuestro esfuerzo de conexión definitivo con las personas que sí la vivieron, con las que sí la viven.

Y el esfuerzo reside en intentar respetar las diferencias de pensamiento y comportamiento de otras personas. Siendo conscientes, en todo momento, que no tenemos por qué compartirlas. Pero, a pesar de ello, las aceptamos. Cumpliendo así con el deseo de nuestros progenitores, que tanto esfuerzo pusieron en nuestra educación: ese deseo de que cuando creciéramos, cuando nos hiciéramos mayores, nos convirtiéramos en adultos respetables. Y fuéramos dignos de la vida que hemos recibido, y que tenemos la fortuna de poder conservar.

Siempre les hemos dicho a los niños que deben aprender la lección. ¿La aprendimos nosotros?

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