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‘Pérdida en Hiroshima’

11,0033,00

Lámina artística sobre papel japonés hecho a mano.

 

En el proceso de creación se utilizan fibras y elementos naturales, sin la presencia de ácidos ni blanqueadores.
Los pigmentos utilizados, mediante el proceso de giclée, son perdurables y de calidad archivística.

 

Aunque la lámina puede ser enmarcada, quizá como mejor se disfruta de la apariencia y textura del papel japonés sea colgado a modo de pergamino. Pudiendo, así, apreciar sus virtudes no sólo a través de la vista, sino también mediante el tacto y el oído.. ¡e incluso el olfato!

 

En este enlace encontraréis ‘Varillas de pergamino’ a medida, creadas a mano utilizando madera de Paulownia y auténtico Kakeo japonés —cordel para colgar pergaminos—:
setsuko-monogatari.com/es/hiroshima/varillas-de-pergamino

 

Al tratarse de un papel artesanal translúcido, se recomienda colgar la lámina con un fondo de pared blanca, para así resaltar la luz de la Estación y la del propio papel. Si la pared fuera oscura, es recomendable colocar una lámina blanca justo detrás de la Estación.

 

En esta Estación..
KŌGEI: ‘Miyoshi Ningyō’ —muñeca de arcilla que suele regalarse a niñas y niños para desearles que crezcan sanos y felices—
SÍMBOLOS: ‘Hiroshima Heiwa Kinenhi’ —Memorial de la Paz de Hiroshima—, Arce (árbol y flor de la prefectura) y Nerium oleander (primera flor que floreció en Hiroshima tras el bombardeo)

 

 

Estación fundada en.. 

Una mañana de verano de 1945, la historia de Hiroshima, de Japón y del mundo entero cambió.

El bombardeo atómico que tuvo lugar aquel día se llevó decenas de miles de vidas en un instante. Tres días después, en la ciudad de Nagasaki, volvería a suceder.

Durante los meses siguientes, los efectos de este acto atroz continuaron acabando con la vida de un gran número de personas, a causa de la radiación a la que estuvieron expuestas, y de las heridas y quemaduras que este ataque provocó. Y, a su vez, extinguieron asimismo vidas que se hallaban dentro de otras, y que todavía no habían comenzado a vivir.

 

Pasó el tiempo, y la guerra terminó. Pero las heridas permanecieron.

Para los que lograron sobrevivir, desde aquel fatídico día, sus vidas cambiarían para siempre. Contra su voluntad.

Sería una vida llena de complicaciones, llena de situaciones dolorosas, como toda vida las tiene. Pero tales no deberían haber sucedido nunca. Esas no eran las vidas que deberían haber vivido.

 

Para los hibakusha —el término japonés que designa a las personas afectadas por el bombardeo—, cada día era 6 de Agosto.

La reconstrucción de la ciudad, poco a poco, iba avanzando, y los servicios públicos se iban restaurando. Pero para ellos, su corazón y su espíritu habían sido abatidos, y tardarían en recuperarlos, si alguna vez lo hacían.

El horror y la muerte se encontraban siempre presentes en su mente. Y se debatían en un constante dilema entre ocultar su dolor hasta que desapareciera, o buscar comprensión.

Muchos de ellos decidieron iniciar nuevas vidas en otros lugares, lo cual les daba esperanza y les permitía recobrar la ilusión. Pero, al llegar a sus destinos, lo que les esperaba era el rechazo y la discriminación.

Iban a sufrir los prejuicios de una sociedad desinformada, que anteponía su temor a su raciocinio. Fueron discriminados a la hora de encontrar empleo, en el momento de formalizar matrimonios, y durante la maternidad. Así como en cualquier otra faceta que podamos imaginar, que comporte el hecho de ser aceptado como miembro de una sociedad.

La gente creía que morirían en pocos años, que tenían los días contados. Creían que se trataba de algo contagioso y, además, hereditario. Y que, por tanto, era una temeridad iniciar una relación que se considerara de larga duración.

Por ello, hubo quienes ocultaron su origen, negando que fueran nativos de Hiroshima. E incluso, hubo quienes cambiaron su propio nombre.

 

Aun así, siguieron adelante, escribiendo su historia. De algún modo, les habían dado la oportunidad de seguir viviendo. Y no iban a desperdiciarla.

Formaron familias, trabajaron con esfuerzo, y trajeron nueva vida al mundo. Para, algún día, poder explicarles que ellos habían estado allí, y que habían luchado por sobrevivir uno de los grandes errores de la humanidad.

 

Los años transcurrieron, y los sentimientos de dolor y de resentimiento se fueron disipando lentamente. Pero, a pesar de ello, muchos hibakusha decidieron enterrar sus recuerdos, y no volver a hablar jamás sobre lo sucedido. El estigma con que la sociedad les había pagado, seguía pesando sobre sus hombros.

Aun así, aunque su conflicto interno perdurara, había algo más en su ser que también permanecería invariable.

Las voces de sus seres queridos no dejarían de resonar en sus mentes. Y lo harían, en todo momento, con un mismo mensaje: ‘No os ocultéis, vosotros no habéis hecho nada malo. Contad vuestra historia.’

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